«El Negro y el mar»: un homenaje a Alberto Olmedo, a 30 años de su muerte

El crítico teatral Rómulo Berruti, conductor del legendario programa «Función privada», imaginó un encuentro con el inolvidable cómico rosarino. Y escribió una miniatura, como él mismo la define, que emocionará a más de uno…

(Foto: Christian Heit)

(Foto: Christian Heit)

Fue apenas un instante, como un relámpago: lo vi sentado en un boliche -el suyo, el que a él le gustaba- de Pellegrini y la costa. Miraba hacia la playa por uno de los ventanales espejados, que borraba y protegía su expresión tristona. Seguí de largo, por supuesto, rumbo al centro. «Qué parecido al Negro», pensé. Y cuando ya iba a arriesgarme a cruzar la calle barranca arriba, tal como exige la topografía de esa esquina marplatense, me volví. Allí estaba, era él, nomás. Me sonrió con esa cara de truhán rosarino de corazón blando que sólo Alberto podía poner. Pensando con ese cinismo tan nuestro que la Argentina es un país surrealista, entré. Me acerqué a su mesa y él, con un gesto, me invitó a sentarme. Los primeros minutos fueron para mirarnos en silencio. Me sobraba, divertido con mi estupor.

—Disculpe -pude balbucear al fin- pero me jugaría la cabeza a que usted es Alberto Olmedo.

—Juéguesela, que no la pierde. Podría decirle que no, que soy un sosías, y usted se la come, ¿qué otra le queda? Pero ya que me descubrió y nos conocemos, pese a ser el Negro, me blanqueo.

—Le agradezco el gesto. ¿No toma nada?

—¿Qué van a servirme?, si en esta mesa no había nadie hasta que usted llegó. Los demás no me ven. Pero pida un whisky doble, que en una de esas lo ayudo…

—¿Anda siempre dando vueltas por aquí, Alberto, o vino por el nuevo aniversario?

—Mire, la eternidad, por ahora, se banca bastante bien. A uno lo dejan tranquilo, no lo manga nadie, los periodistas que pude reconocer (no lo tome como algo personal, por favor) perdieron los reflejos hace rato, las mujeres son más bien frías y sobra tiempo para reflexionar. Y si se aprende a transar, es posible hacer un aterrizaje como turista, para pegar un vistazo. No, al aniversario en sí, no le doy ninguna importancia. Ese es un tema para ustedes. Yo, como decía el General, ya estoy desencarnado.

—Si le pregunto por aquella madrugada…

¡Lo echo de la mesa! De eso no hablo. Y en cuanto saque lapicera o grabador, lo echo igual. El Negro, usted lo sabe, siempre fue un señorito en toda circunstancia y con todo el mundo. Inclusive aquella noche en Fechoría cuando usted…

—Si saca lapicera o grabador, me echo yo mismo, Alberto…

—¿Vio? Hay que ser discreto siempre. Le aseguro que eso también, cuando le toque llegar aquí, se lo tendrán en cuenta.

—Sabrá, supongo, que su lugar no pudo llenarlo nadie.

—Sí, lo sé. Parece que fui mejor de lo que yo mismo creía. Me quedé corto en el momento de arreglar. Uno a veces se cree muy vivo, pero cotiza mejor, y se aviva de eso, después de muerto.

—¿Qué hacía a la vista de sus actrices detrás del sillón en una función de su espectáculo que ya es legendaria?

—¿Qué le dijeron que hacía?

Que se bajaba toda la ropa…

¿Y entonces para qué pregunta?

—Si le dieran una chance de empezar de cero, ¿haría todo igual o usaría mucho la tecla «Borrar»?

Fui un rosarino ratón, a mucha honra, que pudo ponerse en puntas de pie para llegar al estante de las bebidas finas. Y sobre todo, ganarse el corazón de la gente. Haría todo, todo igual.

—¿A quién extraña más, a las mujeres o a los amigos?

—¿Se puede elegir? Las mujeres fueron pasión; los amigos, religión. No me clausure ninguna de esas dos imposturas.

Volví la vista hacia el mar, que se iluminó de pronto con un fulgor de tormenta. Fue la fracción de segundo que el Negro aprovechó para desaparecer.

Por Rómulo Berruti

Noche agitada, champagne y mensajes de amor en un espejo: las últimas horas de Alberto Olmedo antes de su trágico final

Hace 30 años, el 5 de marzo de 1988, el popular cómico cayó desde el balcón de un departamento en Mar del Plata. Tras una temporada teatral exitosa, estaba en pleno proceso de reconciliación con quien fuera su última esposa, la actriz Nancy Herrera

—Agarrame la pierna… Agarrame la pierna…
—Ay, no puedo, papi.
—Sí que podés, agarrame la pierna.

Esas palabras sobresaltaron a Mariela, una adolescente que dormía en el 12 «A» del edificio Maral 39, minutos antes de las 8 de la mañana del sábado 5 de marzo de 1988.

Hace 30 años, cuando Mariela apenas tenía 16, se despertó en el cuarto que usaba todos los veranos en el departamento familiar de Mar del Plata. Aquella voz le sonaba familiar porque la había escuchado mil veces en la televisión. Inquieta, fue en busca de su madre. «Mami, escuchame, Olmedo quiere tirar a su hija… Porque yo escuchaba que ella decía ‘papi'», le contó a la revista Gente.

«Mi mamá me dijo que cómo iba a hacer una cosa así, que seguramente estaba con alguna chica, que me acostara. Levanté la persiana, enojada, y en lugar de encontrar a dos personas discutiendo veo a Olmedo, abajo, muerto«, relató entonces la persona que terminó siendo testigo de una de las tragedias que sigue conmoviendo al país: la muerte del humorista Alberto Olmedo, luego de caer desde un balcón.

Nancy Herrera y Alberto Olmedo

Nancy Herrera y Alberto Olmedo

«¿Por qué ahora? Estábamos tan bien, nos íbamos a arreglar. ¿Por qué ahora, que estoy embarazada? ¿Por qué ahora, papi, por qué?«, dijo minutos después la actriz Nancy Herrera, junto al cuerpo sin vida de quien había sido su marido, con el mar de fondo y los primeros curiosos que se acercaban a ver qué había ocurrido.

Primero fue una pareja de enfermeros que pasaba por el lugar haciendo footing. Luego, tal como le reveló a Infobae recientemente, lo hizo el fotógrafo Oscar Etchart, quien se ocupó de registrar con su cámara aquel momento estremecedor. Las fotos del gran cómico nacional sin vida tendido sobre el piso inundaron las primeras planas de todos los medios de la época. Quienes de alguna u otra manera se habían cruzado con Olmedo durante la noche anterior, lleno de planes y de buen ánimo, no podían creer lo que veían sus ojos.

Etchart señala el lugar donde cayó Olmedo (Foto: Christian Heit)

Etchart señala el lugar donde cayó Olmedo (Foto: Christian Heit)

Las últimas imágenes del actor

Las últimas imágenes del actor

Función, cochinillo y un llamado especial

El verano verano anterior, que comenzó en diciembre de 1986 y se prolongó hasta marzo de 1987, había sido récord para Mar del Plata en todos los ámbitos posibles. Según un relevamiento del medio local El Marplatense, la ciudad había recibido más de 3 millones y medio de turistas, una cifra que no volvería a repetirse. Entre los atractivos de La Feliz se encontraba la nutrida cartelera teatral que tenía a las principales figuras del mundo artístico local, entre otros el propio Olmedo con su espectáculo El Negro no puede, en el Teatro Neptuno.

Durante el verano de 1988, cerca de aquel fenómeno pero sin llegar a aquellas cifras, el actor estaba al frente de la exitosa comedia Éramos tan pobres, en la que trabajaba junto a Javier PortalesSusana RomeroBeatriz Salomón y Adrián Facha Martel, entre otros. Para el jet-set de entonces los días pasaban entre comidas después de las funciones, brindis, pocas horas de playa y salidas hasta altas horas de la madrugada.

Olmedo y Jorge Porcel (Foto: Revista Gente)

Olmedo y Jorge Porcel (Foto: Revista Gente)

Hasta que promediando febrero una noticia conmocionó al país y particularmente a quienes estaban haciendo temporada en Mar del Plata: el asesinato de la modelo Alicia Muñiz a manos del ex boxeador Carlos Monzón en un chalet en las afueras de la ciudad.

Muy cercano a distintas celebridades vernáculas y del exterior, durante los días posteriores a la muerte de Muñiz, Monzón recibió la visita de distintos actores y allegados mientras se encontraba detenido, primero en una comisaría y luego en la cárcel de Batán.

Una relación de amistad: Monzón y Olmedo (Foto: Gente)

Una relación de amistad: Monzón y Olmedo (Foto: Gente)

Fue justamente durante la que sería la última noche de su vida que Olmedo les contó a sus compañeros de elenco que tenía planeado visitar al boxeador en prisión antes de que terminara el verano. Quería llevarle un televisor. Según distintos testimonios en los medios de la época, el actor estaba exultante: había firmado en esas horas el contrato para llevar Éramos tan pobres al Teatro Astral de Buenos Aires después de la temporada marplatense.

Amante del buen comer, Olmedo había planeado para la infaltable cena después de las funciones un menú especial: cochinillo. Para eso, se había encargado de todos los preparativos; a la tarde había llamado al restaurante Munich Hamburgo, que en otras ocasiones le habían preparado especialmente platos fuera de la carta, para avisar que un asistente llevaría hasta el lugar los ingredientes para el plato de esa noche.

Según reconstruyó la revista Gente en su edición del 10 de marzo de 1988, antes de subirse al escenario el cómico le pidió a su secretario, El Negro Beleme, que fuera hasta el edificio Maral 39 a espiar si estaba estacionado allí el auto de Nancy Herrera. La actriz había sido su esposa pero luego de que el verano anterior ella fuera vinculada sentimentalmente con el locutor Cacho Fontana, la pareja se separó. De hecho llegaron a vivir en casas separadas, y mientras que a Olmedo se le atribuyeron distintos romances por aquellos meses, Herrera tuvo un noviazgo fugaz con otro hombre.

Triángulo amoroso: Olmedo, Herrera y Cacho Castaña

Triángulo amoroso: Olmedo, Herrera y Cacho Castaña

Sin embargo, cuando la temporada del 88 estaba por llegar a su fin, ambos quisieron volver a apostar por la relación y Nancy viajó especialmente a Mar del Plata para verlo. Es por eso que aquella noche, Olmedo y Herrera estuvieron juntos.

En un momento de la cena, mientras todos se deleitaban con el cochinillo especial que les habían cocinado, el cómico se levantó y le pidió al dueño del lugar el teléfono. Habló con Herrera. «¿Llegaste bien? Tengo ganas de verte. Dentro de un rato termino de cenar y voy para allá», fueron sus palabras, según los testigos. El actor se llevó un paquete con restos de cochinillo que habían sobrado y sonriente le dijo a César Bertrand, uno de sus compañeros: «Esto me lo como mañana frío, va a estar más rico». Se despidió del dueño del lugar, se puso un gorro de pana y subió a su automóvil Mercedes Benz. Manejó, solo, hasta el Maral 39. Ya era sábado 5 de marzo, cerca de la 1.15.

El reencuentro

Las especulaciones sobre las últimas horas en la vida del humorista se multiplicaron en los medios, y a lo largo de los últimos 30 años no dejaron de aparecer teorías, explicaciones difusas, versiones distintas de lo que los protagonistas dijeron en un primer momento, y hasta mitos. Lo cierto es que una sola persona fue testigo directa de lo que ocurrió: Nancy Herrera, quien para su edición del 31 de marzo de 1988 dio su testimonio exclusivo a la revista Gente.

(Revista Gente)

(Revista Gente)

Embarazada de pocas semanas, la actriz recibió a la revista y reveló secretos de la pareja hasta el momento desconocidos. Contó que se conocieron cuando ella tenía 3 años y se acercó al cómico cuando éste interpretaba al Capitán Piluso. Que estaban en proceso de reconciliación con quien había sido su marido, después de un año tumultuoso tras la separación. Que él de noche usaba escarpines que le había tejido ella especialmente porque él padecía el frío marplatense. Que conservaba varios trajes de los distintos personajes que interpretaba el actor. Que él le regalaba muñecos. Que planeaban hacer un viaje juntos cuando terminara la temporada de verano. Que quiso esperar para decirle que tenía un atraso de algunos días y que probablemente estaba embarazada.

 Nosotros no tomábamos seguido. Pero cuando tomábamos, tomábamos mucho

«Esa noche llegué pasadas las 10 a Mar del Plata. Antes había llamado a Yiya, la señora que limpia. ‘¿Qué le hizo de comer a Alberto?’. Le había hecho milanesas y tortilla. Le pedí: ‘Cuídemelo y guárdeme milanesas, porque voy a llegar con hambre’. Fui al departamento. Me duché. Le escribí el mensaje en el espejo con el mismo jabón con que me había bañado: ‘Te ama, Nan’. Y le arreglé la cama, que estaba algo revuelta porque Alberto había dormido la siesta», reconstruyó. También señaló que se encontró con un cajón de verduras sobre la mesada. «Ordené las papas y las verduras y vi en la heladera cuatro botellas de champagne. Íbamos a festejar«, apuntó.

(Revista Gente)

(Revista Gente)

Herrera aseguró que pasada la medianoche Olmedo llegó al departamento con el cochinillo que había sobrado «de regalo», y que estaba feliz. «Me abrazó fuerte y me dijo: ‘No te dejo ir más, Negra. Yo ahora puedo tener todo lo que quiero en la vida. Todo. Cualquier cosa. Pero me falta el amor. Y el amor sos vos'», relató.

 No hicimos el amor porque creíamos que teníamos todo el tiempo del mundo y necesitábamos hablar

Consultada sobre la cantidad de alcohol que consumieron en aquellas horas, la actriz aseguró: «Nosotros no tomábamos seguido. Pero cuando tomábamos, tomábamos mucho. Cada 10, 15 días. No siempre». Luego, Herrera tuvo el siguiente diálogo con las periodistas de Gente que la entrevistaron en aquella oportunidad.

—¿Y la droga?
—No, Alberto nunca tomó nada raro.
—¿Y cómo puede ser que soportara tanto alcohol sin droga?
—Estaba acostumbrado a tomar.
—¿Qué más pasó? ¿Por qué no hicieron el amor?
—No hicimos el amor porque creíamos que teníamos todo el tiempo del mundo y necesitábamos hablar.

Entre otros temas, la actriz aseguró que charló con Olmedo de la detención de Monzón, algo que tenía preocupado al artista. Después no pudieron soslayar lo inevitable: pasaron a hablar de lo que había ocurrido entre ella y Fontana, quien había sido amigo del cómico. «Ya no me duele tanto ese tema», le habría asegurado Olmedo.

Pasaban las horas, seguían conversando. La mujer estaba contenta porque vio que en el espejo del baño él había respondido la declaración de amor que ella le había dedicado más temprano: «Eu tamben, Al». Para varios se trató de una picardía, de una broma fatal.

(Revista Gente)

(Revista Gente)

Lo cierto es que, ya entrada la mañana, Olmedo se asomó al balcón. Los medios de la época llegaron a especular sobre una misteriosa bolsa que él supuestamente mantenía oculta allí. También dijeron que él se subió a caballito de la baranda. Resbaló. Ella intentó atraparlo pero, según aseguró en aquella primera entrevista después de la tragedia, no lo pudo detener: «Él no le tenía miedo a la altura, eso es mentira. Estaba eufórico esa noche, feliz. Como esas personas que toman dos copas de más, ¿entendés? Pero no sé por qué fue hasta la baranda. Yo traté de salvarlo. Hice lo que pude. Pero en un momento él soltó las manos y me miró fijo. Cayó con los brazos abiertos. En cruz, mirándome. Como diciéndome: ‘Negra, no llores, ya no hay nada que hacer’. No gritó. Nada«.

(Foto: Christian Heit)

(Foto: Christian Heit)

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